miércoles, 6 de octubre de 2010

Horas muertas

Mi pequeña cámara me ha traicionado. Acariciando el desierto, allá donde Mongolia Interior se pierde en llanuras inabarcables, le ha entrado el frío y se ha echado a temblar. Así es como me encuentro de nuevo en Yinchuan, ciudad que está lejos de merecer semejante calificativo, haciendo tiempo para coger el tren de regreso a casa.

De la espera en cualquier estación de tren china podría escribirse una tesis. Claro que, por el momento, mi supuesta tesis es todo preguntas, y casi ninguna respuesta. ¿Qué son todas esas cosas con las que acarrean los chinos de acá para allá? Si en los viajes diarios en metro abundan las híper resistentes bolsas de capacidad intransportable, en largos recorridos se suman a ellas cajas sujetas con cintas de colores, maletas de diversos tamaños, bolsas de plástico mal atadas rebosantes de comida, y lo que en mayor medida despierta mi curiosidad: ¡cubos!

Podría pasarme horas observando a la gente. Corrijo. No me queda otra que pasarme horas observando a la gente. No son ni las once. El tren a Pekín sale a las 00:43.

Una chica sale del lavabo secándose la cara con una toalla. Por mi derecha, sonrisa de oreja a oreja, se aproxima un señor que se sienta a mi izquierda. Sin parecer conocer los detalles de la palabra "privacidad", mete las narices entre mi cara y el cuaderno en el que escribo, intentando descubrir qué es lo que me mantiene tan ocupada. En frente un señor toquetea su móvil con la mano derecha al tiempo que la izquierda hace lo suyo con su nariz. Desafiando las leyes de la lógica, una chica se dirige al baño secándose la cara. El señor que se había sentado a mi lado, en respuesta al poco interés que muestro por él, se dirige al niño que tiene a su espalda. Este, viendo peligrar su momento musical privado, hace caso omiso de su intensa mirada.
Tengo ganas de ir al baño, pero el olor furibundo que de él emana me disuade. Por lo pronto, y para no ser víctima de una intoxicación putrefacta, cambio de asiento.

Hay quienes dormitan apoyados de medio lado sobre el asiento; los hay que aprovechan el cariño de su pareja para descansar sobre ellos; otros buscan confort en su propio equipaje para pasar las horas muertas; los que han llegado con tiempo se tienden largos sin vergüenza alguna ocupando hasta cinco asientos. Los menos afortunados, como el hombre que tengo enfrente, se acurrucan intentando apañarse con dos asientos. En cualquier caso, se trata de un hombre pequeño; diminuto más bien. Sonrisa en cara, y con un tomate que deja al descubierto dos de los dedos de su pie izquierdo, su gorro me dice que pertenece a la etnia Hui. Curioso caso el de estos Hui, de aspecto chino, ojos embaucadores de perfilado negro tizón, y costumbres centro-asiáticas. Como ocurre en otros lugares de China, son minoría en su propia tierra, aunque cualquier rótulo -escrito en chino, mongol, y árabe- parezca indicar lo contrario.
Entre tanto, a mis espaldas, un corrillo de mujeres ha dado comienzo a una sesión de baile. Como no podía ser menos, a voz en grito, un hombre se abre paso entre la gente, sin alterar en gran medida el orden preexistente.

De nuevo un olor. Esta vez no resulta desagradable, pero sí fuera de lugar. La pareja que se acaba de sentar a mi derecha se está dando un banquete de carne fría. A estas horas, mi sentido del olfato no logra distinguir de qué se trata exactamente. Tengo que admitir que me está entrando el sueño. Ya sólo queda una hora de espera.



(Entretenimiento transcrito del cuaderno de viajes que me trajo "la Helen" de su viaje a NY en 2008.)

domingo, 5 de septiembre de 2010

Introducción al retorno

Lo confirmo. Soy charlatana por naturaleza. Pensaba escribir un mail común explicándoos de la experiencia familiar del viaje por China, pero resumir no se me da bien. Es más, se me da fatal. Mis mails más cortos tienen una media de tres párrafos; por no hablar de cuando me pongo a incluir fotos en ellos. Y ante la perspectiva de ponerme a escribir algo con lo que quizá pueda eternizarme, y lo que es peor, matar de aburrimiento a más de uno, he decidido retornar a mi recurrente blog. Tampoco puedo prometer que en él vaya a conseguir reflejar todo lo que me gustaría de las pasadas vacaciones. Otro de mis grandes defectos es que me voy por las ramas; así que casi con toda seguridad os digo que no os enteraréis de nada del viaje en sí, pero por intentarlo, que no quede.

La hora de la arenga


- ¡Hola! Quiero siete billetes en cama blanda, de Shanghái a Pekín para el día 22 de Agosto.
- ksadhfvrygbccmvbd
- ¿Cómo que no? ¿No quedan?
- jhfier3bmwdpkcmscn
- Pero si sí que quedan, ¿por qué no puedo comprarlos?
- kewurhfnxsncskdnv
- ¿?

Un mes después, y tras descubrir que los billetes de tren en China se ponen a la venta con solo diez días de antelación respecto de la fecha del viaje, empieza la mañana del 12 de Agosto en Guilin, provincia de Guangxi, y ciudad de poco encanto donde las haya.

Blanca intenta coger un taxi que nos lleve a la estación de tren, mientras yo intento aclararme con la persona que en una hora nos pasará a buscar para llevarnos al campo. Tras conseguir llegar allá, y después de una agonizante espera en una cola de avance relativamente ágil, nos plantamos frente a la ventanilla número seis. Y cuando al fin nos encontramos en mitad de la "negociación" de los dichosos billetes... "¡Ups! Lo siento. Esperen un momento."

Parece ser que da igual el tipo de trabajo del que se trate. Haya cliente de por medio o no, a la hora de la "formación", ¡a formar se ha dicho! Bancos, peluquerías, restaurantes, tiendas, y cualquier otro establecimiento con un pequeño grupo de trabajadores ofrecen al visitante un curioso espectáculo diario. En formación y con el jefecillo a la cabeza, "la hora de la arenga" tiene lugar a lo largo y ancho del país, llenando las ciudades de sonidos repetitivos y de difícil comprensión.

sábado, 10 de julio de 2010

Básicos pekineses

- ¿Dónde estáis?

- En la puerta de la universidad.

- Pero, ¿en cuál? La universidad probablemente tiene como mínimo cuatro puertas.

- Pues no lo sé...

- ¿Norte, sur, este u oeste? ¡Se me acaba el saldo del móvil!

- Ni idea, Cris. ¿Cómo voy a saberlo?

- ¿Es la entrada principal?

- Creo que sí. Hay una verja corredera, que controlan un par de chinos vestidos de militar que están a lado y lado.

- Jajaja. ¿Algún dato revelador más?

- Pues… hay una valla azul. ¡Ah! ¡Y una pasarela! ¡Y en la puerta hay un reloj!

… pi, pi, pi…

Estoy segura de que a muchos no les parecerá particularmente especial esta conversación. No lo suficiente, al menos, como para escribir sobre ella. Además, ¿cómo puedo pretender recibir datos más concretos de mi pobre amigo, recién aterrizado y sin conocimiento alguno de la ciudad o la universidad?

Sin embargo, cualquiera que haya pasado un cierto periodo de tiempo en Pekín, apreciará, sonrisa en cara, la inutilidad de las indicaciones que recibí en ese intenso minuto de conversación.

Empecemos por el lugar que nos concernía: la puerta de la universidad. En China, todo es grande, y las universidades no son menos. En cualquier caso, ¡son más! Si un recinto universitario tiene del orden de un kilómetro de punta a punta, es de esperar que tenga más de una puerta. Lo contrario sería una ratonera. ¿Y cómo saber si estás en la entrada principal? Cómo decirlo… Hay cosas que se saben. La sutileza china no suele dejar lugar a dudas; y si estás en la puerta principal, LO SABES. Ya sea por la abrumadora simetría que se despliega ante ti, el grandioso eje central ajardinado de horizonte difuso, o las moles de edificios que flanquean el mismo, sea la estatua de bronce que preside el lugar, o las banderas que lo institucionalizan… Sea lo que sea, hay algo que te hace sospechar que esa, y no otra, es la entrada principal. Así que, si nada de eso se descubre ante ti, esa, sin lugar a dudas, es una entrada secundaria.

Una vez aclarado el por qué de mi desconcierto en la definición de la entrada, continuemos con el análisis de la conversación.

Hay ciudades en las que es más fácil orientarse que en otras. Las hay que tienen claros referentes, como son mar y montaña en el caso de Barcelona, y otras que, asentadas en el medio de la nada, utilizan referentes universales: los llamados puntos cardinales. Pekín es una de ellas. Y si en una ciudad es fácil orientarse, esa es Pekín. Una ciudad de horizonte inabarcable en la llanura, y en la que contadas avenidas se desvían de los ejes norte-sur, este-oeste, lo pone difícil para perder el rumbo. Y por si el sol -o su borroso resplandor- no fueran suficientes, raro es el lugar en el que no se indique la dirección en la que uno está situado. Desde lo más básico, como son las grandes avenidas o las salidas de metro, hasta los pasillos de un hospital, pasando por las mesas de mahjong, todo en Pekín lleva las marcas de norte, sur, este y oeste. ¡Todo!

Pero continuemos. Lo de la verja corredera con militar a lado y lado, es algo así como no decir nada. Edificios gubernamentales, colegios, complejos de apartamentos, y cualquier otro recinto vallado disponen de la susodicha valla y sus correspondientes peleles destinados a la vigilancia del mismo.

¡Y qué decir de la valla azul! Si existe un “kit básico” en los lugares en construcción en Pekín, ese –y el amarillo de los cascos de los obreros- son los colores de referencia. Un azul ligeramente más cálido que el de la Alta Velocidad en España delimita pequeños solares o abraza infinitos recintos en incontables puntos de la ciudad. Y todos ellos tienen un denominador común: se encuentran en obras. Y como capital de un país en construcción, Pekín es una ciudad en obras.

Por último, la pasarela, sustituto impune del paso de cebra en la ciudad, elemento de incomodidad, y provocador de pereza y juramentos en hebreo. La pasarela en Pekín es un referente... ¡nulo! Parece como si el estatus de una calle y el número de pasarelas fueran en correspondencia, para evidente frustración del peatón.

Y el reloj… ¡Qué decir del reloj! El reloj es lo que debería de haber tenido yo a mano para haber evitado soltar semejante perorata. Mis disculpas.



martes, 29 de junio de 2010

De oca loca y foto porque me toca

En Corea se ven perros en la calle… aunque de vez en cuando caigan al plato.

En Pekín son patos los que suelen frecuentar las cocinas… lo cual no deja para que haya quien saque a su oca a tomar la fresca en una agradable noche de verano.

Paradojas de la vida.

lunes, 19 de abril de 2010

El cielo sobre Pekín

El Diario de Anna Frank... Estambul, de Orhan Pamuk... The natural economist...
Sin que nada lo hiciera presagiar, este último se unió al trágico destino de los primeros y entró a formar parte de mi lista negra, cuando lo dejé olvidado en el avión que me llevó a Palma de Mallorca el pasado verano.
Hoy me encuentro en la tesitura de continuar con The Road, de Cormac McCarthy, o grabarlo a fuego al final de mi oscura lista. Los sondeos lo sitúan con un dos a uno a favor, siendo esa una la que suscribe.
A decir verdad, no creo ser yo la que esté en contra del libro, sino el cielo el que está en contra de nosotros dos. Ese cielo que durante los últimos tres días ha difuminado la línea entre realidad y ficción. Ese cielo gris que, a mi salida del metro, me ha obligado a levantar la vista para asegurarme de que había emergido del subsuelo. Ese cielo gris que, con su frialdad inesperada y sus anocheceres tempranos, nos ha hecho regresar a los días inhóspitos de invierno. Ese cielo al alcance de la mano que, en días como hoy, nos priva de perspectiva y oculta el horizonte. Ese cielo que, en cuanto nos abandone, será el detonante de una explosión de felicidad.
Y llegados a la página cien, digo yo que quizá debería seguir el ejemplo de los protagonistas, retomar el camino, y darle una segunda oportunidad al libro, ¿no? Quizá lo haga.

domingo, 11 de abril de 2010

A golpe de mazo


El Pekín hasta ahora conocido tiene fecha de caducidad. Hordas de obreros se hacen con las calles cada noche para demoler a golpe de mazo paredes que hablan y cuentan historias.
En este contexto, cualquier imagen puede convertirse en histórica de la noche a la mañana. Así es como una inocente captura de tres años atrás documenta el "resurgir" de una calle "histórica", cual ave fénix de sus cenizas. Tristemente en este caso, dejando más cenizas a su paso que las que pretendía regenerar.

Donde ponen el ojo, ponen el diente. Y al tiempo que esos nuevos "centros históricos" caen en una espiral de decadencia, la historia de muros indefensos es arrasada si piedad por las mismas manos, a la espera de una nueva y gloriosa reconversión.

lunes, 29 de marzo de 2010

Negocios en China: Parte I (de tantas)

Cuando crees que ya lo has visto todo, cuando crees que ya pocas cosas te pueden sorprender… Es entonces cuando entras en el mundo de los negocios en China.


Un mundo en el que sobre la mesa de una sala de reuniones, entre papeles y ordenadores, aparecen tres bandejas de usar y tirar con comida a gusto del consumidor. ¿Fuera de lugar? Podría pensarse que eso es precisamente lo que me lleva a escribir hoy, pero incluso eso puedo asimilarlo sin excesiva sorpresa. ¿Comer en una sala de reuniones cuando lo que sobran en la oficina son espacios más apropiados? No, no, lo que ha hecho que mis ojos casi se salieran de sus órbitas no ha sido eso, sino el contexto en el que se ha desarrollado la comida.


Pongámonos en situación. Reunión con los clientes entre las doce y las doce y media de esta mañana. ¡Ya empezamos mal! ¿Quién queda a la hora de la comida si no es para comer? Cinco personas: dos en el lado del cliente, tres por nuestra parte.


Toda una deferencia la suya –he pensado yo- el que, nada más llegar a su despacho, nos hayan ofrecido un menú de entrega a domicilio sobre el que elegir. A mesa puesta tras acabar la reunión; o eso es lo que yo pensaba.


Tres cuartos de hora de airoso debate sobre el proyecto habían pasado cuando hemos topado con una diapositiva de difícil comprensión. Cambio de ritmo en la explicación, palabras medidas al milímetro, y repentinamente el cliente se levanta de su silla. A continuación, su asistente; y acto seguido, mi compañera de trabajo. Los dos primeros salen de la sala; y en ese mismo instante entra otra persona, bolsa en mano. De la bolsa saca tres bandejas, y las distribuye según la comanda. Sin más ni más, empezamos a comer.


Minutos más tarde, tras el tiempo justo para engullir la comida, el cliente y su asistenta reaparecen en escena para retomar la reunión; que se desarrolla sin mayor incidencia.


Tengo que añadir que no han sido las prisas en la comida las que han amenazado con atragantarme en más de una ocasión, sino las carcajadas irreprimibles por lo extraño de la situación.


La reunión, bien; gracias.

sábado, 20 de febrero de 2010

¡Bienvenida, locura! ¡Adelante, improvisación!

Tradicionalmente, en toda evacuación se ha empezado por desplazar a mujeres y niños. Si en previsión de la que se arma en la víspera de Año Nuevo Lunar en Pekín se hubiera decidido evacuar la ciudad, sin duda, lo más lógico habría sido empezar por los de corazón delicado.

¡Pim, pam, pum! No; no se trata del palomitero de nuevo. Ahora es cosa de tradición y se trata de ahuyentar a la bestia Nián. ¡Pam, paaaaam, paaarrrrraaaappaapaaamm! ¡Ratatatatatttattttattttatttttaaaa! Esta vez los sonidos son más fuertes, retumban por cada esquina, y no paran en todo el día... ni durante la noche.
Tras las explosiones, acuden raudos a unirse al recital otros miembros de la orquesta, como alarmas de coches sensibles y llantos inconsolables de bebés. No diré que el panorama es el de una ciudad en guerra, pero desde luego, sí que es algo único. Cualquier lugar es bueno para desplegar el arsenal de artillería. Y cuanto más abierto, ¡mejor! ¿Y qué significa eso? Pues que la calzada de las calles se convierte en un escenario incomparable; pero ni mucho menos conlleva ello corte de tráfico alguno. ¡Bienvenida, locura! ¡Adelante, improvisación!
Y al ya caótico estado de la ciudad se unen los gritos y señales de aviso de peatones a conductores, desprevenidos estos a veces de que su trayectoria entra en conflicto con la de la pirotecnia que se despliega ante sus narices.
Nade de aglomeraciones; la fiesta invade cada recodo de la ciudad. Así que, señores, acomódense en sus sofás ¡y disfruten del espectáculo!


sábado, 13 de febrero de 2010

Bienvenidos a Pekin



Al principio no lo pillé; pensé que se trataba de un simple error de traducción. Y continué andando bajo las banderolas que me daban la bienvenida en diferentes idiomas: “Welcome my friends!”, “Добро пожаловать!”, “Soyez les bienvenus!”, “Herzlich willkommen der Freunden!”, etc. Extraña forma también, la de estos chinos, de saludar a los alemanes. Y en mi cabeza, entre ecos de mi propia risa, seguía resonando “¡Calurosos Bienvenidos!”.
No fue hasta llegar al andén del metro que pude llegar a comprenderlo. ¡No se trataba de un error, ni mucho menos! Esperando a diez grados bajo cero, capté la ironía del mensaje. Fueron esos minutos de espera los que me llevaron a concluir que, en cuanto el verano haga acto de presencia, el cartelito en cuestión será sustituido por el de “¡Frioleros Bienvenidos!”. No sin poca razón. No me cabe la menor duda. Solamente hay una cosa a la que sigo dando vueltas: ¿Les habrá comentado alguien que una coma entre “calurosos” y “bienvenidos” no estaría de más?