
miércoles, 6 de octubre de 2010
Horas muertas

domingo, 5 de septiembre de 2010
Introducción al retorno
La hora de la arenga
- ¡Hola! Quiero siete billetes en cama blanda, de Shanghái a Pekín para el día 22 de Agosto.
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- ¿Cómo que no? ¿No quedan?
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- Pero si sí que quedan, ¿por qué no puedo comprarlos?
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- ¿?
Parece ser que da igual el tipo de trabajo del que se trate. Haya cliente de por medio o no, a la hora de la "formación", ¡a formar se ha dicho! Bancos, peluquerías, restaurantes, tiendas, y cualquier otro establecimiento con un pequeño grupo de trabajadores ofrecen al visitante un curioso espectáculo diario. En formación y con el jefecillo a la cabeza, "la hora de la arenga" tiene lugar a lo largo y ancho del país, llenando las ciudades de sonidos repetitivos y de difícil comprensión.
sábado, 10 de julio de 2010
Básicos pekineses
- ¿Dónde estáis?
- En la puerta de la universidad.
- Pero, ¿en cuál? La universidad probablemente tiene como mínimo cuatro puertas.
- Pues no lo sé...
- ¿Norte, sur, este u oeste? ¡Se me acaba el saldo del móvil!
- Ni idea, Cris. ¿Cómo voy a saberlo?
- ¿Es la entrada principal?
- Creo que sí. Hay una verja corredera, que controlan un par de chinos vestidos de militar que están a lado y lado.
- Jajaja. ¿Algún dato revelador más?
- Pues… hay una valla azul. ¡Ah! ¡Y una pasarela! ¡Y en la puerta hay un reloj!
… pi, pi, pi…
Estoy segura de que a muchos no les parecerá particularmente especial esta conversación. No lo suficiente, al menos, como para escribir sobre ella. Además, ¿cómo puedo pretender recibir datos más concretos de mi pobre amigo, recién aterrizado y sin conocimiento alguno de la ciudad o la universidad?
Sin embargo, cualquiera que haya pasado un cierto periodo de tiempo en Pekín, apreciará, sonrisa en cara, la inutilidad de las indicaciones que recibí en ese intenso minuto de conversación.
Empecemos por el lugar que nos concernía: la puerta de la universidad. En China, todo es grande, y las universidades no son menos. En cualquier caso, ¡son más! Si un recinto universitario tiene del orden de un kilómetro de punta a punta, es de esperar que tenga más de una puerta. Lo contrario sería una ratonera. ¿Y cómo saber si estás en la entrada principal? Cómo decirlo… Hay cosas que se saben. La sutileza china no suele dejar lugar a dudas; y si estás en la puerta principal, LO SABES. Ya sea por la abrumadora simetría que se despliega ante ti, el grandioso eje central ajardinado de horizonte difuso, o las moles de edificios que flanquean el mismo, sea la estatua de bronce que preside el lugar, o las banderas que lo institucionalizan… Sea lo que sea, hay algo que te hace sospechar que esa, y no otra, es la entrada principal. Así que, si nada de eso se descubre ante ti, esa, sin lugar a dudas, es una entrada secundaria.
Una vez aclarado el por qué de mi desconcierto en la definición de la entrada, continuemos con el análisis de la conversación.
Hay ciudades en las que es más fácil orientarse que en otras. Las hay que tienen claros referentes, como son mar y montaña en el caso de Barcelona, y otras que, asentadas en el medio de la nada, utilizan referentes universales: los llamados puntos cardinales. Pekín es una de ellas. Y si en una ciudad es fácil orientarse, esa es Pekín. Una ciudad de horizonte inabarcable en la llanura, y en la que contadas avenidas se desvían de los ejes norte-sur, este-oeste, lo pone difícil para perder el rumbo. Y por si el sol -o su borroso resplandor- no fueran suficientes, raro es el lugar en el que no se indique la dirección en la que uno está situado. Desde lo más básico, como son las grandes avenidas o las salidas de metro, hasta los pasillos de un hospital, pasando por las mesas de mahjong, todo en Pekín lleva las marcas de norte, sur, este y oeste. ¡Todo!
Pero continuemos. Lo de la verja corredera con militar a lado y lado, es algo así como no decir nada. Edificios gubernamentales, colegios, complejos de apartamentos, y cualquier otro recinto vallado disponen de la susodicha valla y sus correspondientes peleles destinados a la vigilancia del mismo.
¡Y qué decir de la valla azul! Si existe un “kit básico” en los lugares en construcción en Pekín, ese –y el amarillo de los cascos de los obreros- son los colores de referencia. Un azul ligeramente más cálido que el de la Alta Velocidad en España delimita pequeños solares o abraza infinitos recintos en incontables puntos de la ciudad. Y todos ellos tienen un denominador común: se encuentran en obras. Y como capital de un país en construcción, Pekín es una ciudad en obras.
Por último, la pasarela, sustituto impune del paso de cebra en la ciudad, elemento de incomodidad, y provocador de pereza y juramentos en hebreo. La pasarela en Pekín es un referente... ¡nulo! Parece como si el estatus de una calle y el número de pasarelas fueran en correspondencia, para evidente frustración del peatón.
Y el reloj… ¡Qué decir del reloj! El reloj es lo que debería de haber tenido yo a mano para haber evitado soltar semejante perorata. Mis disculpas.
martes, 29 de junio de 2010
De oca loca y foto porque me toca
lunes, 19 de abril de 2010
El cielo sobre Pekín
domingo, 11 de abril de 2010
A golpe de mazo



lunes, 29 de marzo de 2010
Negocios en China: Parte I (de tantas)
Cuando crees que ya lo has visto todo, cuando crees que ya pocas cosas te pueden sorprender… Es entonces cuando entras en el mundo de los negocios en China.
Un mundo en el que sobre la mesa de una sala de reuniones, entre papeles y ordenadores, aparecen tres bandejas de usar y tirar con comida a gusto del consumidor. ¿Fuera de lugar? Podría pensarse que eso es precisamente lo que me lleva a escribir hoy, pero incluso eso puedo asimilarlo sin excesiva sorpresa. ¿Comer en una sala de reuniones cuando lo que sobran en la oficina son espacios más apropiados? No, no, lo que ha hecho que mis ojos casi se salieran de sus órbitas no ha sido eso, sino el contexto en el que se ha desarrollado la comida.
Pongámonos en situación. Reunión con los clientes entre las doce y las doce y media de esta mañana. ¡Ya empezamos mal! ¿Quién queda a la hora de la comida si no es para comer? Cinco personas: dos en el lado del cliente, tres por nuestra parte.
Toda una deferencia la suya –he pensado yo- el que, nada más llegar a su despacho, nos hayan ofrecido un menú de entrega a domicilio sobre el que elegir. A mesa puesta tras acabar la reunión; o eso es lo que yo pensaba.
Tres cuartos de hora de airoso debate sobre el proyecto habían pasado cuando hemos topado con una diapositiva de difícil comprensión. Cambio de ritmo en la explicación, palabras medidas al milímetro, y repentinamente el cliente se levanta de su silla. A continuación, su asistente; y acto seguido, mi compañera de trabajo. Los dos primeros salen de la sala; y en ese mismo instante entra otra persona, bolsa en mano. De la bolsa saca tres bandejas, y las distribuye según la comanda. Sin más ni más, empezamos a comer.
Minutos más tarde, tras el tiempo justo para engullir la comida, el cliente y su asistenta reaparecen en escena para retomar la reunión; que se desarrolla sin mayor incidencia.
Tengo que añadir que no han sido las prisas en la comida las que han amenazado con atragantarme en más de una ocasión, sino las carcajadas irreprimibles por lo extraño de la situación.
La reunión, bien; gracias.
sábado, 20 de febrero de 2010
¡Bienvenida, locura! ¡Adelante, improvisación!

sábado, 13 de febrero de 2010
Bienvenidos a Pekin

No fue hasta llegar al andén del metro que pude llegar a comprenderlo. ¡No se trataba de un error, ni mucho menos! Esperando a diez grados bajo cero, capté la ironía del mensaje. Fueron esos minutos de espera los que me llevaron a concluir que, en cuanto el verano haga acto de presencia, el cartelito en cuestión será sustituido por el de “¡Frioleros Bienvenidos!”. No sin poca razón. No me cabe la menor duda. Solamente hay una cosa a la que sigo dando vueltas: ¿Les habrá comentado alguien que una coma entre “calurosos” y “bienvenidos” no estaría de más?