domingo, 10 de agosto de 2008

Si no es por nuestro taxista, no me entero

Shí… jiǔ… bā… qī… liù… wǔ… sì… sān… èr… yī… ¡líng!

No menos impresionante que la cuenta atrás resultó ser el resto de la ceremonia. Ilimitada, diría yo. En todos los sentidos. Un despliegue técnico y humano sin límites, con precisión milimétrica (incluso en los cortes de pelo de los figurantes) y sincronización militar. Escenas difíciles de describir con palabras, y una preparación previa al evento inabarcable a la imaginación. Al finalizar, ríos de tinta, alabanzas y grandilocuencias para Zhang Yimou, artífice del encumbramiento del reinado chino.

Y tras ese primer acto de deleite de los sentidos, no se hizo esperar lo que se supone es el centro de la ceremonia. Ese momento en el que, quien ha aguantado inmóvil durante una hora frente al televisor escoge como el más apropiado para hacer una pausa; ese en el que bajan las audiencias: el desfile de los participantes. Todo lo anterior solo es una puesta en escena. Todo está cronometrado. Nada escapa a lo previsto. Ahora bien… los atletas pasan a ser centro de atención de algo que no es lo suyo… ¡Prepárense, que empieza la diversión!

Abriendo paso, “la cabeza” de honor, Grecia; a la que siguen Guinea, Guinea Bissau, Turquía, Turkmenistán, Yemen, Maldivas… Sí, sí, han oído ustedes bien. ¿Cuán aburrido y previsible sería empezar por la A y acabar por la Z? Demasiado. La gente haría trampas y calcularía el tiempo restante a la letra de su país. Nada, nada, el que menos palitos tenga en el primer carácter, ¡primero! Y no sé de qué se extrañan; porque el orden de las pasadas olimpiadas no fue menos sorprendente para los desinformados: Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, San Marino, Angola, Azerbaiyán, Egipto... Y
así hasta Hong Kong. Algo parecido al shock que debieron sufrir nuestras queridas Lola y Mari en su primer asalto a la biblioteca de Hanyang, inconscientes las pobres del lógico orden del ka, na, da, ra, ma… Vaya, ¡una de las múltiples anécdotas que sazonaron la ceremonia!

A lo largo del desfile pudimos ver turbantes en Canadá, ecuatorianos en España, rubios y altos –muy altos- en Islandia, alemanes con balones de waterpolo como sombreros, un abanderado considerablemente voluminoso en Guam, un atasco de caballitos de Polo en las solapas de los americanos, coreanos separados en tiempo y lugar (parodiando su propia realidad), trajes regionales, como los de Burundi, y no tan regionales, pero sí amables con el anfitrión, como los de Suecia; delegaciones de dos personas, ¡arriba Mónaco!, o de más de seiscientas; países conocidos, desconocidos y recién formados para los juegos, como Montenegro. Y en las gradas, mucho calor, como en el foso. Tanto que Hamid Karzai, presidente de Afganistán, dejó por una vez el Qaraqul en casa (absténganse de reír, por favor), para adoptar con agrado el abanico chino.

Y nuevamente, los deportistas relegados a un segundo plano. Al menos, para mí. ¿O es que no os descubristeis en ningún momento con los ojos clavados en la hilera de chinas que durante más de dos horas “bailaron” ininterrumpidamente? ¡Y parece ser que ninguna se desmayó!

Pero si con algo tengo que quedarme, elijo sin duda el ingenio más nimio en lo técnico y más significativo en lo institucional, eso que dio “aire” a toda la gala: la bandera ondeante en lo más alto del mástil gracias a esa brisilla canalizada por unos pequeños orificios. Simple e ingenioso. ¡Un aplauso!

Y por último, la traca final. En lo literal y lo figurativo. Si, como se ha venido diciendo, la contaminación en la gran ciudad había disminuido, todos los esfuerzos habrán sido en vano tras la humeante polvareda desplegada en el cielo pekinés con esa impresionante exhibición pirotécnica. ¡Ánimo a los que estáis por allá!


PD: Lo del taxista, para otro día.

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