miércoles, 23 de noviembre de 2011

Ti(n)tina en el Tíbet


Podrá sonar extraño, pero tan extraño como cierto es lo que os cuento a continuación. O al menos, así lo guardo en mi memoria. Si “Tintín en el Tíbet” cedió el paso a “Los cigarros del faraón” en ser el primero de mi colección, no fue ni más ni menos que por el predominio del color blanco que en él había. Lo sé, suena extravagante, pero así es. Y no sólo es que fuera demasiado blanco, sino que Tintín no lucía tanto en él su famosa combinación jersey azul-bombachos-gabardina conocida en el mundo entero. Preferí el otro porque era… más Tintín. Y puestos a tener un Tintín, dado que no sabía yo por entonces que acabaría completando la colección casi en su totalidad (*), tenía que tener un Tintín… Tintín.

No pasó demasiado tiempo antes de que El Ratoncito Pérez (o quizá fuera Papá Noel, no lo recuerdo bien) devolviera la cordillera del Himalaya al lugar que merecía, dejándola bajo mi almohada mientras dormía. Y con el frío de las cumbres llegaron Tchang, el Yeti, y Rayo Bendito.  Tan impredecible fue mi primer contacto con el budismo como la fascinación que el gorro amarillo de esos personajes de túnica granate provocó en mí. Y en la línea de lo impredecible es como llegué este verano a toparme con los lamas de la Orden del Gelugpa y sus sombreros amarillos en persona. Un precioso rincón del mundo descubierto, un sueño de la infancia cumplido, y muy buenos recuerdos en la memoria.




(*) Luis nos prestó en su momento “La oreja rota” y, tras devolvérselo, nunca se ha dado la ocasión de comprarlo. Si alguien esté pensando en regalarme algo y no se le ocurre el qué… ¡ahí tiene una pista bien clara!

lunes, 7 de noviembre de 2011

Ejercicio de sobriedad


Me apetece compartir algo.

No; eso no es del todo cierto.

Me apetece escribir algo.

Sí; eso ya se acerca algo más a la realidad.

Rebusco entre mis escritos a medias.

Recapacito.

Lo mejor será dejar constancia de la sabiduría de otros, y no meterme en camisa de once varas cuando mis pies juguetean ya en sus pantuflas, el pijama se ha impregnado del calorcito del cuerpo, y mi cabeza ha entrado en modo letargo.

Y así me digo: “No pierdas tan bellas ocasiones de callar, como a diario te dará la vida.”

Google me dice que es una frase de Noel Clarasó, y Wikipedia no se explaya en aclararme el cómo ni el cuándo de semejante verdad. Quizá me estén queriendo decir que ya va siendo hora de que me vaya a la cama.

Pues nada; otro día, ¡más!