Como buen día festivo, hoy el desayuno ha sido largo, abundante, y pausado; seguido, por supuesto, de un considerable rato de remoloneo en el sofá en torno a la tele. Después, mientras lavaba los platos en la cocina, he mirado por la ventana para no ver nada. Ni una persona. Ni una bici. Ni un coche. Ni el más mínimo movimiento en la calle: el clásico “efecto domingo”. Todo estaría encuadrado en la más absoluta normalidad de no ser por el hecho de que me encuentro en Pekín. Aquí no hay días de calma, los comercios no cierran, y la gente no se queda en casa no haciendo nada. Pero hoy no es un día cualquiera. No aquí.
Tumbada en la cama, mientras me debatía entre continuar con mis dulces sueños o dar comienzo a un nuevo día, el sonido de una marcha militar ha perturbado el silencio de mi mañana. Definitivamente era el momento de saltar de la cama.
Durante semanas, y con más intensidad en estos últimos días, la ciudad se ha ido preparando para el gran día. Banderas rojas han ido aflorando en las grandes avenidas, para ir haciéndose después incluso con los rincones más recónditos de los laberínticos hutongs. También farolillos de colores y alfombras florales han ido paulatinamente haciendo acto de presencia en la ciudad, del mismo modo que lo han hecho policías, militares, y medidas de control. Y hoy, por fin, es el gran día. O lo ha sido. No lo tengo muy claro.
Para los chinos el día de hoy parece haber sido un momento histórico; y es curioso cómo estando aquí, eres totalmente partícipe a su manera. Hoy se celebra el 60 aniversario de la República Popular China, y como buena residente en Pekín, a escasos metros del meollo del asunto, lo he celebrado desde casa; frente a la tele. No es que el comunismo me haya privado de mi innata curiosidad, no; sino que no estaba autorizada a ver el desfile en vivo y en directo. Ni yo ni los varios millones de pekineses que junto a mí pueblan la ciudad, por no hablar ya del resto de millones de chinos que con emoción contenida y orgullo no se habrán perdido detalle de la retransmisión oficial. Retransmisión anacrónica de un desfile anacrónico con tintes caricaturescos, dicho sea de paso. Aún no salgo de mi asombro de cómo en un mismo desfile han cabido el presidente Hu Jintao en un estatismo absoluto, las fuerzas militares en perfecta sincronización, ¡y carrozas de temática autocomplaciente y de vivos colores al más puro estilo fallero! Todo eso bajo el atento escrutinio de sexagenarios camaradas del partido, trajeados y con corbatas de tonos rojos, totalmente acordes con la temática del día.
Minutos después de terminar el desfile he vuelto a la cocina y he mirado por la misma ventana de antes. Han sido los minutos necesarios para dar tiempo a la gente a retomar sus vidas y salir a la calle. Las pistas de tenis de la universidad de Tsinghua también vuelven a estar abiertas al público. El sonido de los coches y el rechinar de las bicis vuelven a inundar las calles. Quizá el metro y el aeropuerto hayan retomado también su actividad, y la ciudad haya salido del bloqueo en el que ha estado inmersa estos últimos días.
¿Hacía falta semejante despliegue de medios para que los chinos vivieran “su primer domingo”? Sea como fuere, no creo que este hecho haya tenido la menor relevancia para ellos, pero para mí ha sido el silencio y no otra cosa lo más significativo del día de hoy.
jueves, 1 de octubre de 2009
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