Noche cerrada. Se abre el telón. De Trojir al aeropuerto de Split se llega en un abrir y cerrar de ojos. Tan rápido que al sol ni le da tiempo a salir, aunque tampoco se retrasa demasiado; que según hemos podido comprobar, es bien tempranero en Croacia. De Split a Zagreb apenas da tiempo de echar una cabezadita; y en estas me encuentro en Frankfurt.
Terminal 1. Me paseo. Me siento. Me reclino. Leo. Paso el rato observando a la gente. Por fin aparece mi vuelo en pantalla. Cambio de ubicación.
Terminal 2. Mostradores de Emirates. La larguísima fila que se extiende ante mí pies es más que disuasoria; mucho mejor un Happy Meal con vistas a la pista de aterrizaje. Media hora de comida, traguico de agua, vuelvo a la fila y observo. Mujeres. Muchas mujeres con muchos niños y muchos velos. Muchos menos hombres. Donde fueres haz lo que vieres. Y así es como mi pañuelo viajero acaba enrollado a mi cuello tapando el “escote”.
Siempre me ha llamado la atención la necesidad de algunas familias de estirpe multitudinaria de ser acompañados a la puerta de embarque por personal del aeropuerto. Ya en el finger observo atentamente a la mujer que precede mis pasos. Velo negro de pies a cabeza, paso dubitativo y orientación al tacto con su mano derecha, que arrastra a lo largo de la pared en busca de apoyo ante la reducida visión que deja su atuendo.
35K. Ventanilla hacia la derecha. Tapizado de butacas y estampado de paredes de gusto diferente al mío –dejémoslo así-. Me sentiría en el cuarto de estar de alguna entrañable ancianita de no ser por la pantalla que tengo frente a mis ojos, que me da la bienvenida a bordo. Cámara de visión trasera del avión; Start i, c, e; o acceso directo a películas y TV. Difícil elección. Ajusto el reposacabezas. Toallita caliente y aún con los pies en la tierra. ¡Que empiece el espectáculo!
Paisaje campestre cubierto de nubes intermitentes. Comida. Película. Me vence el sueño según nos vamos alejando del sol. Ya nos hemos adentrado en el mar Negro, pero a lo que abro los ojos, estamos sobrevolando el Golfo Pérsico. El techo del pasillo es un cielo estrellado. Atrás han quedado Estambul, Teherán, Kuwait, Doha y Barhain entre otros, y ya enfilamos Dubai. De la oscuridad más absoluta emerge una extesión inabarcable de luces dejando entrever las formas más extrañas, y despertando en mí una curiosidad difícilmente imaginable por lo que se extiende a mis pies.
DXB. Aeropuerto de Dubai. Ostentación es la palabra que más se adecúa a lo que tengo ante mis ojos. “Entro en el país” para echar un vistazo fuera del aeropuerto. ¡Plas! Una bofetada de calor corta mi respiración y abrasa mi ropa, que transmite esa infernal sensación al resto de mi cuerpo. 00:00. Estimo que unos 45º. No pueden ser menos. Entro de nuevo en el paraíso de la temperatura artificial y me congelo. Paseo. Encuentro una conexión para el ordenador y pongo al día algunos asuntos. Escribo. Publico.
Apago el ordenador para dirigirme a la puerta de embarque. Siguiente parada, Shanghai.
Corto a negro.
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