Coreanos que dicen llamarse Ofelia, Leonora, Maradona, Lucita, Julieta o Josefina te muestran la otra cara de la moneda. Es duro examinarse de una prueba oficial, eso lo sabemos todos; pero examinar también tiene lo suyo. Y es que aguantar estoicamente durante cuarenta entrevistas las continuas embestidas disfrazadas en forma de ocurrencias con las que los candidatos aderezan sus discursos supone toda una prueba al saber estar.
Este fin de semana he sabido de la existencia de los vestidos trajeta, de las compras para la media naranja, de alguna que otra pata (¿party?) de cumpleaños, de árboles llamados árbol, de respuestas claras y concisas como “Sí. No. Sí, también. No, tampoco”, de señoras que preguntan a caballos, de otras que pagan la ropa en efecto, de alguno que otro que prefiere no ir a un restaurante de cinco tenedores por miedo a tener que pagar la comida a cinco camareros descarados, y de muchos que están sorpresa, sorpresado, sorpresando, sorprendiendo, sorpresa o incluso sorpiento.
Y tras mucha carcajada reprimida sólo me ronda una cosa por la cabeza: ¿cuántas veces habré sido yo la que haya puesto en peligro la seriedad de un desprevenido examinador?
Este fin de semana he sabido de la existencia de los vestidos trajeta, de las compras para la media naranja, de alguna que otra pata (¿party?) de cumpleaños, de árboles llamados árbol, de respuestas claras y concisas como “Sí. No. Sí, también. No, tampoco”, de señoras que preguntan a caballos, de otras que pagan la ropa en efecto, de alguno que otro que prefiere no ir a un restaurante de cinco tenedores por miedo a tener que pagar la comida a cinco camareros descarados, y de muchos que están sorpresa, sorpresado, sorpresando, sorprendiendo, sorpresa o incluso sorpiento.
Y tras mucha carcajada reprimida sólo me ronda una cosa por la cabeza: ¿cuántas veces habré sido yo la que haya puesto en peligro la seriedad de un desprevenido examinador?

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