Olor a papel quemado, a madera fresca, a tierra recién escarbada, y a carbón cuando los demás olores se desvanecen. Este último ha sido el primer olor al abrir la ventana esta mañana, y el que me ha acompañado antes de encerrarme en casa por la tarde.
Salgo del metro y camino con rapidez hacia casa. El aire en días como hoy se hace irrespirable, y aún así alcanzo a distinguir olores que hacen de esos cinco minutos un paseo por los sentidos, y un limitado resumen costumbrista de la ciudad en la que vivo.
Alguien realiza una ofrenda a un lado de la calle, posiblemente a algún ancestro, o no tan ancestro: papel quemado.
Hace no más de dos semanas que una pequeña casa se encuentra en construcción en el hutong entre Wudaoying y Yongkang. Los marcos de la puerta y la ventana ya están montados pero aún sin pintar: madera fresca.
Cuando el invierno acecha, la ciudad se deshace de su verdor. Sin esperar a que las temperaturas acaben con la vida de cuanto puebla los parterres, los arbustos se cubren, y el césped se desplanta: tierra recién escarbada.
Como he dicho, el otoño ha pasado a mejor vida y el calor se hace querer: carbón.