miércoles, 30 de enero de 2008

Ver para creer

(Aunque el momento ya pasó me daba pena que esto pasara a engrosar las listas de lo que nunca llegué a publicar, así que ¡ahí va!)

Hay cosas que no tienen precio. Para todo lo demás, Master Card.

Por supuesto, hoy me dispongo a escribir sobre una de esas cosas que no tienen precio. Para ser más concreta, sobre un calendario de adviento. ¡Pero no uno cualquiera! Uno inquietante, rebuscado -perverso más bien-, y devastador donde los haya. Llegó a mis manos poco antes del inicio de Diciembre, como se espera de cualquiera de su especie, y ya levantó mis sospechas en el primer vistazo. Por increíble que parezca no tenía un solo motivo navideño en el frente y, por si eso fuera poco, entonces llegó el reverso: ni más ni menos que uno de esos gráficos llenos de aspiraciones, relaciones, compromisos, acciones y experiencias incomprensibles para los de raza no-corporativa.

Creíamos haber llegado al límite del corporativismo cuando, pasados unos días, llegó la ansiada noche del 1 de Diciembre. Primera casilla, momento de reunión en torno al descubrimiento de la primera chocolatina. Primera casilla de las veinticuatro que hacen las delicias del mes de Diciembre. O eso era lo que pensábamos. Primera casilla: “¿He hablado hoy con mi cliente?” ¿Cómo? -uno se pregunta-. ¿De qué me está hablando?

Y veinticuatro días después, tras preguntas como: ¿Qué desafíos afronto hoy?, ¿Conozco las aficiones de mi cliente?, ¿Tengo claros los objetivos de mi plan de desarrollo?, ¿He hablado con mis colegas de otras divisiones?, ¿Cuál es el punto débil de mi relación con el cliente? etc., por fin te desean feliz navidad. ¡Gracias! ¡Muchas gracias! Motivaciones como esta son las que faltan en la pequeña empresa para generar verdadera ansiedad por el inicio de las vacaciones. Y por supuesto, ¡que viva la navidad!