Cual si de la última salida del sol sobre la faz de la tierra se tratara, los nervios empiezan a aflorar tan pronto el cielo muestra sus primeros signos de clareo. 往前走! 往前走! 往回走! 往回走! – wǎngqián zǒu!, wǎngqián zǒu!, wǎnghuí zǒu!, wǎnghuí zǒu!-, o lo que es lo mismo “¡hacia adelante!, ¡hacia adelante!, ¡hacia atrás!, ¡hacia atrás! Me encuentro inmovilizada en el medio de una multitud que, entre gritos y al borde de la histeria, no consigue moverse en ninguna dirección. La palabra “multitud” acaba de adquirir un nuevo significado en mi vocabulario, y nada de lo anteriormente vivido se acerca mínimamente a ello; ni los conciertos masivos del Palau Sant Jordi, ni la cola del telesilla de Pastores en nuestras últimas subidas a Astún, ni siquiera el trasbordo de Jianguomen en hora punta en Pekín rozan la nueva dimensión de la palabra. Si esto no fuera ya de por sí inimaginable, la situación toma tintes surrealistas siendo que son las 4:40 de la mañana y me encuentro a 1545 metros de altura, sobre la cumbre del Emperador de Jade, en el Monte Taishan - 泰山-, tras un ascenso de casi 7000 escalones. Hace unos días, Laurie Burkitt, en un artículo para el Wall Street Journal - http://blogs.wsj.com/chinarealtime/2011/03/31/study-prepare-for-the-arrival-of-chinese-tourists/-, describía con números y determinados hechos cómo el mundo occidental no está preparado para recibir al turismo chino. Pues bien, tras esta experiencia no podría estar más de acuerdo con ella. La excursión comienza entre puestos de souvenirs y comida, que nos acompañan hasta bien avanzado el ascenso. A esas alturas, nuestros compañeros de travesía ya van equipados con el kit al completo, consistente en tres elementos de absoluta indispensabilidad: bastón, sombrero de cowboy, e incienso. Escenas dignas de ser montadas en un corto se suceden ante nuestra mirada, mientras vamos trazando el guión en nuestra cabeza. A mano izquierda, unas mesitas y taburetes parecen esperar el rodaje de un anuncio de fideos instantáneos o de cerveza. Una chica que pocos escalones atrás ha dicho “hello” para sus adentros a mi paso por delante de ella, hace un esfuerzo y se pone a mi altura, mirándome con orgullo al tiempo que yo sonrío. Un chico cargando con su novia cual saco de patatas nos adelanta entre resoplidos. Se me acerca un grupo de quinceañeras que, entre risas, me pide una foto con ellas. Cuando el sol ya está en las últimas, y parece que nos acercamos al final, se descubre ante nosotras una locura de puestos de comida y gente, y tras la 門天中 -puerta de medio camino al cielo- se deja ver la mitad de escalinata que aún nos queda por subir. Esta, por supuesto, la subiremos a tientas junto con los otros miles de chinos que han tenido la misma idea que nosotras en este puente de 清明节 -qīngmíngjié, o día de Todos los Santos-. Ya de noche, el frío es intenso, y la preparación de la montaña a la recepción de turistas queda patente. Cada pocos metros, donde antes se vendían tonterías, ahora se ofrecen abrigos militares a 20 kuais. Resultado: quien no ha venido preparado, es decir, el 90% de la gente, se hace con uno de ellos. Por fin, acompañadas de lo que se asemeja a una marcha de refugiados, pasadas las diez de la noche y tras casi seis horas de excursión, cruzamos el umbral de la puerta sur del cielo -門天南-. La visión resulta dantesca. “Militares” se hacinan a la intemperie en cada rincón, usando paraguas y calor humano para resguardarse del frío. Otros montan tiendas de campaña en espacios reservados para ellas, de cuyo alquiler se lucran unos pocos. Nos ofrecen una habitación al módico precio de ¡800 kuais! El negocio está montado. Dada mi irremediable condición de extranjera, Lina es la encargada de encontrar alojamiento para nosotras. Nos decidimos por la opción más acogedora entre las posibles. De nuevo, surrealismo en estado puro: una tienda de campaña dentro de un edificio de dos plantas; la número trece. Las diez y media y ya en el saco. Luces encendidas. Ronquidos insalvables. Griterío de fondo. Frío y humedad. La noche no será agradable. Cuando parece que por fin había caído en un sueño profundo… 走吧! 走吧! 走吧! 走吧! - zǒu bā! zǒu bā! zǒu bā! zǒu bā!-, ¡venga!, ¡venga!, ¡venga!, ¡venga! Y así, a gritos de megáfono, es como me descubro fuera de la cama, entre hordas de chinos, bajo el cielo aún a oscuras, y de regreso al inicio de mi relato.