viernes, 9 de noviembre de 2012

¿Quién dijo que ya no escribía?


Me recriminan que hace tiempo que no escribo, y algo de razón llevan. Pero sólo algo. Todo depende de cuán purista o abstracto sea uno con su definición de escritura. Una cosa es que no plasme mis peroratas en papel, y otra muy distinta, que haya dejado de firmar historias. Escribir, escribo, y con bastante frecuencia. Si dijera que lo hago cada día no andaría tan alejada de la realidad.

A menudo escribo cuando voy en bici, aunque la física del momento me haga inclinarme por no compartir las líneas con otra persona más que conmigo misma. Otras veces, mientras bajo o subo las escaleras del metro, o al tiempo que me abro camino por la calle entre los cientos de congéneres que no me dejan sola a sol ni a sombra. Suelen ser observaciones que me llevan a fantasear y a querer dar a conocer mis fantasías a los demás. Y aunque, como he dicho, al final acabe por quedármelas para mí, mis historias suelen tener un comienzo y un desarrollo, e incluso líneas que voy reestructurando, y otras que van quedando fuera del borrador. A veces pienso que, si mis pensamientos fueran dejando rastro a mi paso y cualquiera pudiera leerlos e interpretarlos a su manera, más de uno determinaría que me he vuelto loca. Desgraciadamente, el final de mis relatos suele verse interrumpido como un sueño que se queda a medias por el sonido de la alarma del despertador, y es lo que muchas veces me disuade de dejarlas por escrito.

Sin ir más lejos, hoy "escribía" sobre si sería posible reconocer un determinado recorrido por la ciudad basándose en la secuencia de olores que uno percibe. Lo hacía en Wusi Dajie, a la altura de un establecimiento de medicina tradicional china, cuyo olor a moxa no creo poder diferenciar del que desprendía a diario el hospital de Ande Lu, que como este, también me dejaba saber que no andaba muy lejos de casa. Y como mis trayectos en bici varían cada día al antojo de los semáforos que se abren a mi paso, desarrollando ese pensamiento sobre recorridos olfativos he llegado a casa, y con ello mi teoría ha tocado a su fin. Y parece que este par de párrafos también se quedarán aquí. Como ejercicio, no ha estado mal.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Ti(n)tina en el Tíbet


Podrá sonar extraño, pero tan extraño como cierto es lo que os cuento a continuación. O al menos, así lo guardo en mi memoria. Si “Tintín en el Tíbet” cedió el paso a “Los cigarros del faraón” en ser el primero de mi colección, no fue ni más ni menos que por el predominio del color blanco que en él había. Lo sé, suena extravagante, pero así es. Y no sólo es que fuera demasiado blanco, sino que Tintín no lucía tanto en él su famosa combinación jersey azul-bombachos-gabardina conocida en el mundo entero. Preferí el otro porque era… más Tintín. Y puestos a tener un Tintín, dado que no sabía yo por entonces que acabaría completando la colección casi en su totalidad (*), tenía que tener un Tintín… Tintín.

No pasó demasiado tiempo antes de que El Ratoncito Pérez (o quizá fuera Papá Noel, no lo recuerdo bien) devolviera la cordillera del Himalaya al lugar que merecía, dejándola bajo mi almohada mientras dormía. Y con el frío de las cumbres llegaron Tchang, el Yeti, y Rayo Bendito.  Tan impredecible fue mi primer contacto con el budismo como la fascinación que el gorro amarillo de esos personajes de túnica granate provocó en mí. Y en la línea de lo impredecible es como llegué este verano a toparme con los lamas de la Orden del Gelugpa y sus sombreros amarillos en persona. Un precioso rincón del mundo descubierto, un sueño de la infancia cumplido, y muy buenos recuerdos en la memoria.




(*) Luis nos prestó en su momento “La oreja rota” y, tras devolvérselo, nunca se ha dado la ocasión de comprarlo. Si alguien esté pensando en regalarme algo y no se le ocurre el qué… ¡ahí tiene una pista bien clara!

lunes, 7 de noviembre de 2011

Ejercicio de sobriedad


Me apetece compartir algo.

No; eso no es del todo cierto.

Me apetece escribir algo.

Sí; eso ya se acerca algo más a la realidad.

Rebusco entre mis escritos a medias.

Recapacito.

Lo mejor será dejar constancia de la sabiduría de otros, y no meterme en camisa de once varas cuando mis pies juguetean ya en sus pantuflas, el pijama se ha impregnado del calorcito del cuerpo, y mi cabeza ha entrado en modo letargo.

Y así me digo: “No pierdas tan bellas ocasiones de callar, como a diario te dará la vida.”

Google me dice que es una frase de Noel Clarasó, y Wikipedia no se explaya en aclararme el cómo ni el cuándo de semejante verdad. Quizá me estén queriendo decir que ya va siendo hora de que me vaya a la cama.

Pues nada; otro día, ¡más!

jueves, 27 de octubre de 2011

Olores que hablan

Olor a papel quemado, a madera fresca, a tierra recién escarbada, y a carbón cuando los demás olores se desvanecen. Este último ha sido el primer olor al abrir la ventana esta mañana, y el que me ha acompañado antes de encerrarme en casa por la tarde.
Salgo del metro y camino con rapidez hacia casa. El aire en días como hoy se hace irrespirable, y aún así alcanzo a distinguir olores que hacen de esos cinco minutos un paseo por los sentidos, y un limitado resumen costumbrista de la ciudad en la que vivo.
Alguien realiza una ofrenda a un lado de la calle, posiblemente a algún ancestro, o no tan ancestro: papel quemado.
Hace no más de dos semanas que una pequeña casa se encuentra en construcción en el hutong entre Wudaoying y Yongkang. Los marcos de la puerta y la ventana ya están montados pero aún sin pintar: madera fresca.
Cuando el invierno acecha, la ciudad se deshace de su verdor. Sin esperar a que las temperaturas acaben con la vida de cuanto puebla los parterres, los arbustos se cubren, y el césped se desplanta: tierra recién escarbada.
Como he dicho, el otoño ha pasado a mejor vida y el calor se hace querer: carbón.

viernes, 7 de octubre de 2011

S(i)ngwangshimni: Oda al desastre

Laberintos; metalurgia; tiendas-casa; cables; sonidos; luces; olores; palabras; colores. Todo define un lugar. Todo marca la memoria; pero la memoria es frágil. Un día cualquiera te vienen a la mente recuerdos de un lugar que nunca podrás volver a experimentar. Lugar es tiempo y es espacio; y estos nunca vuelven a reunirse. El tiempo es imposible de recuperar. Y el lugar… ¡qué decir del lugar! En algunos casos también es irrecuperable. Y se siente como si un pedacito de ti ya no existiera. Al contrario que Peter Pan, yo espero crecer. Y espero hacerlo para ayudar a evitar que los desastres de la construcción continúen impunes su camino.

Volver a casa y no encontrarla es doloroso.


domingo, 1 de mayo de 2011

Cristina… Chūnlán… Gé Lì

Cuando tienes nombre de aire acondicionado, cualquier encuentro casual deriva en situación cómica en menos tiempo del esperado.

Para los que aún no me conocéis, para los que acabáis de hacerlo, o para los que me habéis conocido antes de mi paso por BeiDa, me llamo Cristina, o Chūnlán (春兰), como os resulte más fácil. Probablemente, la barrera idiomática y cultural hará que los dos primeros grupos os quedéis indiferentes, o como mucho, intrigados. Al tercero, el de aquellos que me apreciáis lo suficiente como para estar leyendo esto, quizá os parezca que me he vuelto idiota. Pero aún habrá un cuarto grupo de personas que, con el suficiente conocimiento de China, o incluso de manera más genérica, de Asia, tome con total naturalidad mi dualidad onomástica.

No hace ni medio año que interrogaba a Fenghua, mi compañera de trabajo, sobre cuándo había adoptado el nombre de Joyce, y lo que es aún más importante, sobre cuánto tiempo había tardado en sentirse identificada con él. Ante su respuesta -cinco meses- mi gesto se tornó en estupefacción.

Pero si hoy me encuentro aquí, explicando esta historia, es porque parece ser que con sigilo, y sin dejar de ser Cristina, Chūnlán se ha hecho su huequito en mí. Y ya tiene mérito el asunto, considerando las improvisadas circunstancias en las que fui bautizada.
1 de Septiembre de 2010, día de matrícula en BeiDa, lo que yo conocía hasta el momento como Peking University, o PKU en su defecto. Edificio Shaoyuan 2. Carpeta en mano con todos los documentos necesarios para formalizar mi inscripción: pasaporte, carta de admisión, formulario jw 202 original, seis fotos de tamaño carné, contrato de seguro de vida, certificado de registro de alojamiento en China, y examen médico de la cabeza a los pies incluyendo placa torácica. Quién me iba a decir a mí que con semejante preparación me estaba dejando lo más importante: ¡mi nombre chino! Y como no tenía uno, y la inscripción no parecía ser posible sin él, la responsabilidad recayó sobre la persona que se estaba encargando de mi papeleo que, entre risas mías y prisas suyas, me designó como “orquídea de primavera”.

La Cymbidium goeringii es una orquídea pequeña, epífita o litófita, que prefiere un clima fresco a frío. Originaria de la región del Himalaya, ha sido la especie favorita de la cultura china durante siglos. Debió de ser por ello por lo que en 1985, al adquirir una empresa con intención de expandirla hacia el mercado del aire acondicionado, Tao Jianxing decidió concederle los honores de dotarla con el simbolismo que Chūnlán connota. Ni que decir tiene que yo no fui informada de esta última parte en mi apresurado nombramiento. Hoy creo comprender que las risas que me provocó lo absurdo de la situación debieron antojársele a mi bautista cual soplo de aire fresco, y de ahí mi nombre.

En estos meses, Chūnlán ha suscitado todo tipo de reacciones, comenzando en general por lo altisonante o anticuado del nombre, para acabar con el aire acondicionado. Pero hace solo un par de días, en mi primer encuentro con el dueño de un café recién abierto, algo nuevo e inesperado. ¿Qué te llamas Chunlan? ¡Pues nuestro aire acondicionado es de marca Gé Lì! Quizá yo te pueda llamar así… jajaja…

Una semana después, y tras tres visitas al citado café, puedo decir que no sólo he adoptado nombre chino, sino que ya, ¡incluso apodo!


domingo, 10 de abril de 2011

NATURALEZA CHINA

Cual si de la última salida del sol sobre la faz de la tierra se tratara, los nervios empiezan a aflorar tan pronto el cielo muestra sus primeros signos de clareo. 往前走! 往前走! 往回走! 往回走! – wǎngqián zǒu!, wǎngqián zǒu!, wǎnghuí zǒu!, wǎnghuí zǒu!-, o lo que es lo mismo “¡hacia adelante!, ¡hacia adelante!, ¡hacia atrás!, ¡hacia atrás! Me encuentro inmovilizada en el medio de una multitud que, entre gritos y al borde de la histeria, no consigue moverse en ninguna dirección. La palabra “multitud” acaba de adquirir un nuevo significado en mi vocabulario, y nada de lo anteriormente vivido se acerca mínimamente a ello; ni los conciertos masivos del Palau Sant Jordi, ni la cola del telesilla de Pastores en nuestras últimas subidas a Astún, ni siquiera el trasbordo de Jianguomen en hora punta en Pekín rozan la nueva dimensión de la palabra. Si esto no fuera ya de por sí inimaginable, la situación toma tintes surrealistas siendo que son las 4:40 de la mañana y me encuentro a 1545 metros de altura, sobre la cumbre del Emperador de Jade, en el Monte Taishan - 泰山-, tras un ascenso de casi 7000 escalones. Hace unos días, Laurie Burkitt, en un artículo para el Wall Street Journal - http://blogs.wsj.com/chinarealtime/2011/03/31/study-prepare-for-the-arrival-of-chinese-tourists/-, describía con números y determinados hechos cómo el mundo occidental no está preparado para recibir al turismo chino. Pues bien, tras esta experiencia no podría estar más de acuerdo con ella. La excursión comienza entre puestos de souvenirs y comida, que nos acompañan hasta bien avanzado el ascenso. A esas alturas, nuestros compañeros de travesía ya van equipados con el kit al completo, consistente en tres elementos de absoluta indispensabilidad: bastón, sombrero de cowboy, e incienso. Escenas dignas de ser montadas en un corto se suceden ante nuestra mirada, mientras vamos trazando el guión en nuestra cabeza. A mano izquierda, unas mesitas y taburetes parecen esperar el rodaje de un anuncio de fideos instantáneos o de cerveza. Una chica que pocos escalones atrás ha dicho “hello” para sus adentros a mi paso por delante de ella, hace un esfuerzo y se pone a mi altura, mirándome con orgullo al tiempo que yo sonrío. Un chico cargando con su novia cual saco de patatas nos adelanta entre resoplidos. Se me acerca un grupo de quinceañeras que, entre risas, me pide una foto con ellas. Cuando el sol ya está en las últimas, y parece que nos acercamos al final, se descubre ante nosotras una locura de puestos de comida y gente, y tras la 門天中 -puerta de medio camino al cielo- se deja ver la mitad de escalinata que aún nos queda por subir. Esta, por supuesto, la subiremos a tientas junto con los otros miles de chinos que han tenido la misma idea que nosotras en este puente de 清明节 -qīngmíngjié, o día de Todos los Santos-. Ya de noche, el frío es intenso, y la preparación de la montaña a la recepción de turistas queda patente. Cada pocos metros, donde antes se vendían tonterías, ahora se ofrecen abrigos militares a 20 kuais. Resultado: quien no ha venido preparado, es decir, el 90% de la gente, se hace con uno de ellos. Por fin, acompañadas de lo que se asemeja a una marcha de refugiados, pasadas las diez de la noche y tras casi seis horas de excursión, cruzamos el umbral de la puerta sur del cielo -門天南-. La visión resulta dantesca. “Militares” se hacinan a la intemperie en cada rincón, usando paraguas y calor humano para resguardarse del frío. Otros montan tiendas de campaña en espacios reservados para ellas, de cuyo alquiler se lucran unos pocos. Nos ofrecen una habitación al módico precio de ¡800 kuais! El negocio está montado. Dada mi irremediable condición de extranjera, Lina es la encargada de encontrar alojamiento para nosotras. Nos decidimos por la opción más acogedora entre las posibles. De nuevo, surrealismo en estado puro: una tienda de campaña dentro de un edificio de dos plantas; la número trece. Las diez y media y ya en el saco. Luces encendidas. Ronquidos insalvables. Griterío de fondo. Frío y humedad. La noche no será agradable. Cuando parece que por fin había caído en un sueño profundo… 走吧! 走吧! 走吧! 走吧! - zǒu bā! zǒu bā! zǒu bā! zǒu bā!-, ¡venga!, ¡venga!, ¡venga!, ¡venga! Y así, a gritos de megáfono, es como me descubro fuera de la cama, entre hordas de chinos, bajo el cielo aún a oscuras, y de regreso al inicio de mi relato.